viernes, 8 de enero de 2010

El encuentro

Ya llegando al coche vio que había alguien recostado contra él. Era un anciano chino de curioso aspecto, con una gabardina blanca y una gorra de beisbol de color marillo brillante. De baja estatura y rasgos amables, su cabello, largo y blanco flotaba al
viento. Pero lo que más llamó la atención del joven fueron sus ojos. Eran castaños, profundos y sonrientes.
Al acercarse vio que el hombre le sonreía.
– Preciosa tormenta, ¿verdad?
– Si me lo pregunta le diré que para mí es bastante desagradable – respondió malhumorado el joven.
Pero el chino pareció no darse cuenta de su gesto hosco.
– ¿Sientes la energía? ¿No hueles la frescura del aire? ¿No te hace sentir bien?
El joven pensó para sus adentros que no, pero guardó silencio. En lugar de responderle, se dedicó a observarlo más detenidamente. Apenas hacía un minuto que había cesado la tormenta. Al llegar él de vuelta al coche todavía goteaba, sin
embargo el anciano estaba totalmente seco. No le había caído ni una sola gota de lluvia. Pero antes de que el joven tuviera tiempo de hacerle algún comentario, el anciano le habló.
– ¿Entonces, qué te ha pasado?
– Me dijeron que el mecánico tardaría al menos una hora en venir – respondió el joven.
– ¡La vida te da sorpresas! – dijo el viejo con una amplia sonrisa – ¿Cual es el problema?
– No estoy seguro – explicó el joven –, venía conduciendo tranquilamente cuando comenzó a salir humo del capó y de pronto el motor dejó de funcionar.
– Vamos a ver – dijo el viejo mientras se subía las mangas y comenzaba a examinar el motor.
Tras unos minutos, levantó la cabeza y mirando al joven le sonrío.
– No hace falta que te preocupes tanto, no es nada imposible de arreglar.
– ¡Gracias a Dios! – dijo el joven con un suspiro de alivio.
– Te va a costar unos miles de libras... ¡pero se puede arreglar!
– ¡Oh no! ¿Está usted bromeando, verdad?
El anciano le palmeó el hombro y soltó una carcajada:
– Por supuesto que sí.
Se giró para tomar una llave pero al encontrarse con la mirada del joven fija en él se detuvo un instante, luego volvió a inclinarse sobre el motor.
– Podía no haber ocurrido nunca, ¿sabes?
– ¿Qué? – preguntó el joven.
– Eso que te preocupa.
– Nada me preocupa – cortó el joven.
– Bueno... ya veo. Entonces maravilloso – dijo el viejo y tomando un destornillador comenzó a silbar una alegre tonada mientras continuaba trabajando en el coche.
Parece que ha tenido usted un buen día – le dijo el joven.
– ¡Por supuesto! Cuando se llega a mi edad, cada día que uno sigue sobre la tierra es un buen día – se volvió para mirar al joven – y si me lo permites te diré que la vida es demasiado corta para malgastarla preocupándose. ¿Sabes que la media de vida son 76 años? Es decir, ¡solamente 3.952 semanas! Y de ellas 1.317 las pasamos durmiendo, con lo cual tenemos de vida tan sólo 2.635 semanas, o lo que es lo mismo, 63.240 horas. ¿Qué edad tienes?
– Treinta y tres años.
– Eso significa que, si tienes la suerte de llegar a los 76 años, ¡te quedan tan sólo l. ll4 semanas de vida!
– Muchas gracias, es un pensamiento muy reconfortante –dijo sarcásticamente el joven.
– Simplemente te demuestra que tu vida es preciosa, demasiado preciosa para malgastarla siendo infeliz. La vida se hizo para vivirla. Cada día debe ser una alegría, no una lucha. Como si estuvieras en mitad de un campo en un día de verano,
no luchando siempre contra una interminable tormenta.
Un escalofrío recorrió la columna vertebral del joven y los cabellos del cuello se le erizaron. ¿Cómo podía saber aquel anciano lo que él sentía? Trató de tranquilizarse, diciéndose que todo era una coincidencia. ¿Sería posible que el anciano pudiera leer sus pensamientos?
Siempre me sorprendo de ver la enorme cantidad de gente que elige ser infeliz – dijo el viejo mientras volvía a inclinarse sobre el motor. El joven se apoyó sobre uno de los laterales.
– ¿Qué quiere decir con eso? – preguntó. Nadie elige ser infeliz. Todo depende de las circunstancias. Las cosas que le ocurren a uno es lo que le hace ser feliz o infeliz.
– Tal vez tengas razón. Pero si la felicidad dependiera sólo de las circunstancias, ¿cómo es que otra persona puede experimentar exactamente las mismas tragedias que uno y reaccionar de un modo totalmente distinto? Una vez conocí a dos hombres que resultaron ambos muy mal heridos en el mismo accidente. Desde entonces uno de ellos vivió ya siempre sumido en la depresión, mientras que el otro estaba contento y feliz.
– ¿Cómo fue que reaccionaron de un modo tan dispar? –preguntó el joven.
– El depresivo estaba siempre amargado, preguntándose por qué le había tenido que ocurrir aquello precisamente a él, mientras que el otro daba gracias a Dios por seguir todavía con vida. Como dice el poema: “Dos hombres miran tras las rejas, uno sólo ve barro, el otro ve estrellas.” Yo no creo que las circunstancias, cualesquiera que éstas sean, tengan poder alguno para hacerte feliz o infeliz – siguió el anciano. Tu opinión y sólo tu opinión sobre dichas circunstancias, es la que condiciona tu estado de ánimo. ¿Quién es más feliz, el que ve su botella medio vacía o el que la ve medio llena? ¿Me puedes pasar aquella llave? – dijo sacando una mano a su espalda para recibirla.
– Aquí está – dijo el joven –, pero siempre hay algo que nos puede hacer felices. ¿O no?
EI anciano dejó la llave y se dio la vuelta, apoyando su espalda contra el coche para mirar de frente al joven.
– ¿Qué te haría a ti feliz? – le preguntó.
– No estoy muy seguro. Supongo que para empezar no estaría mal tener más dinero – dijo después de pensarlo un momento.
– ¿Realmente crees que el dinero da la felicidad? – le preguntó mientras tomaba otra llave de su caja de herramientas.
– No estoy seguro, pero al menos le permite a uno ser infeliz con cierta comodidad – contestó sonriendo el joven.
– Buena respuesta – sonrío a su vez el viejo – pero la desgracia cómoda sigue siendo desgracia. Podrás estar en un ambiente más confortable, pero te sentirás exactamente como si no tuvieras nada. Si el dinero diera la felicidad los millonarios serían las personas más felices del mundo, sin embargo todos sabemos que los ricos sufren la infelicidad y la depresión igual que los pobres. El dinero sólo puede comprar posesiones materiales, como este coche, pero eso no son más que distracciones temporales, que no te pueden dar ninguna felicidad duradera.
El joven miró a lo lejos, pensando en las palabras del anciano, mientras este tomaba otra herramienta y volvía a reparar el coche.
– ¿Y un trabajo diferente? – preguntó el joven. Creo que sería mucho más feliz si tuviera un trabajo distinto.
– ¡Ahora has hablado como el de las lápidas! – dijo el anciano con una carcajada.
– ¿Quién es ése?
En mi país, hay un cuento sobre un hombre que cortaba y tallaba rocas para hacer lápidas. Se sentía infeliz con su trabajo y pensaba que le gustaría ser otra persona y tener una posición social distinta.
Un día pasó por delante de la casa de un rico comerciante y vio las posesiones que éste tenía y lo respetado que era en la ciudad. El tallador de piedras sintió envidia del comerciante y pensó que le gustaría ser exactamente como él, en lugar de
tener que estar todo el día trabajando la roca con el martillo y el cincel.
Para gran sorpresa suya, el deseo le fue concedido y de este modo se halló de pronto convertido en un poderoso comerciante, disponiendo de más lujos y más poder de los que nunca había podido siquiera soñar. Al mismo tiempo era también envidiado y despreciado por los pobres y tenía gualmente más enemigos de los que nunca soñó.
Entonces vio a un importante funcionario del gobierno, transportado por sus siervos y rodeado de gran cantidad de soldados. Todos se inclinaban ante él. Sin duda era el
personaje más poderoso y más respetado de todo el reino. El tallador de lápidas, que ahora era comerciante, deseó ser como aquel alto funcionario, tener abundantes siervos y soldados que lo protegieran y disponer de más poder que nadie.
De nuevo le fue concedido su deseo y de pronto se convirtió en el importante funcionario, el hombre más poderoso de todo el reino, ante quien todos se inclinaban. Pero el funcionario era también la persona más temida y más odiada de todo el reino y precisamente por ello necesitaba tal cantidad de soldados para que lo protegieran. Mientras tanto el calor del sol le hacía sentirse incómodo y pesado. Entonces miró hacia arriba, viendo al sol que brillaba en pleno cielo azul y dijo: “¡Qué poderoso es el sol! ¡Cómo me gustaría ser el sol!”
Antes de haber terminado de pronunciar la frase se había ya convertido en el sol, iluminando toda la tierra. Pero pronto surgió una gran nube negra, que poco a poco fue tapando al sol e impidiendo el paso de sus rayos. “¡Que poderosa es esa nube! – pensó – ¡cómo me gustaría ser como ella!”
Rápidamente se convirtió en la nube, anulando los rayos del sol y dejando caer su lluvia sobre los pueblos y los campos.
Pero luego vino un fuerte viento y comenzó a desplazar y a disipar la nube. “Me gustaría ser tan poderoso como el viento,” pensó, y automáticamente se convirtió en el viento.
Pero aunque el viento podía arrancar árboles de raíz y destruir pueblos enteros, nada podía contra una gran roca que había allí cerca. La roca se levantaba imponente, resistiendo inmóvil y tranquila a la fuerza del viento. “¡Qué potente es esa roca!” – pensó – “¡cómo me gustaría ser tan poderoso como ella!”
Entonces se convirtió en la roca, que resistía inamovible al viento más huracanado. Finalmente era feliz, pues disponía de la fuerza más poderosa existente sobre la tierra.
Pero de pronto oyó un ruido. Clic, Clic, Clic. Un martillo golpeaba a un cincel. y éste arrancaba un trozo de roca tras otro. “¿Quién podría ser más poderoso que yo?”, pensó, y mirando hacia abajo la poderosa roca vio... al hombre que hacía lápidas.
– Muchas personas consumen su vida entera buscando la felicidad sin encontrarla nunca, simplemente porque no miran en el lugar adecuado. Nunca podrás ver una puesta de sol si estás mirando hacia el Este y nunca encontrarás la felicidad si la buscas entre las cosas que te rodean. El cuento del tallador de lápidas te enseña que la felicidad no depende de lo que cambies en tu vida... salvo que te cambies a ti mismo.
– Sigo sin entender – dijo el joven –, ¿y las tragedias y las desilusiones personales? ¿Cómo puede uno seguir siendo feliz en tales circunstancias?
Cada uno de nosotros es como un barco – siguió diciendo el anciano – que navega por el mar de la vida. Los vientos y las tempestades – los desastres naturales y las tragedias personales – vienen y van, pero mientras tú controles tu timón y tus velas, podrás ir donde te plazca, independientemente de las tormentas y de los vientos. De hecho, las tormentas y la lluvia pueden enriquecer la vida, todo depende de cómo las vea uno.
– No estoy de acuerdo – dijo el joven.
– Las tormentas limpian el aire y traen la lluvia, y ¿qué sería de la vida sin lluvia? Sin ella no habría crecimiento. Ni riqueza, ni arco iris. Las tormentas traen vientos y si sabes manejar bien tu barco, siempre podrás utilizar la fuerza del viento de forma ventajosa.
– Sí, veo que se ajusta muy bien a su analogía, pero no estoy de acuerdo. ¿Cómo puede una adversidad convertir- se en ventaja? – le interrumpió el joven.
– ¿Has oído alguna vez la frase de que toda nube tiene un borde plateado?
– Por supuesto, pero no es más que una frase. Para mí una tragedia nunca podrá ser algo positivo.
– Tal vez porque nunca le has buscado ese lado positivo. No hay ningún problema que no traiga consigo un regalo. Todo cuanto ocurre tiene una finalidad, un motivo y una lección que puede enriquecer nuestra vida. Muchos se arrastran por la vida, esclavos de las circunstancias y a merced de las tormentas y de los vientos, simplemente porque no se han dado cuenta de que disponen de un timón y de unas velas, y por supuesto no saben cómo manejarlos. Han olvidado cómo se maneja el barco y echan la culpa al tiempo. No se dan cuenta de que, cualesquiera que sean sus circunstancias, pueden elegir ser felices.
– Pero es imposible escoger todos los sentimientos – insistió el joven.
Cualquier cosa que creas sinceramente, será verdad para ti – le dijo el anciano – ¡por ello es tan importante que escojas bien lo que quieres creer!
– ¡Por favor! – argumentó el joven –, no pretenderá usted decirme que cualquiera puede ser feliz, sin importar cuales sean sus circunstancias... ¿Y las personas que están inválidas, ciegas, sordas o mudas? ¿Cómo puede alguien ser feliz en tales condiciones?
– Es evidente que nunca has conocido de cerca a un inválido – le dijo el viejo. Sé que te parecerá raro que alguien que tiene menos ventajas que tú en esta vida sea feliz, mientras tú no lo eres, sin embargo esa es la verdad.
¿Sabes lo que respondió Helen Keller – que fue ciega, sorda y muda hasta su muerte – cuando le preguntaron cómo había sido su vida con semejantes dificultades físicas?
El joven sacudió la cabeza.
– Pues dijo lo siguiente: “¡Mi vida ha sido tan bella!"
Y el gran escritor Milton, que era ciego decía que “la desgracia no es ser ciego, sino no ser capaz de aceptar la ceguera.” Y del mismo modo, la riqueza, la salud, la fama y el poder en absoluto garantizan la felicidad. Cuando a Napoleón, emperador de Francia y uno de los hombres más poderosos del mundo en su tiempo, le preguntaron si su vida había sido feliz, respondió: “En total no he tenido más de seis días de felicidad.”
El joven estaba perplejo. ¿Qué explicación podía tener aquello? ¿Cómo alguien con tan serias dificultades físicas podía ser tan feliz y otro con tanto poder y riqueza, tan desgraciado?
El anciano terminó de apretar algo en el motor del coche y luego se volvió para decirle al joven:
La felicidad es uno de los grandes dones de esta vida y está al alcance de todos. Pero ¿sabes?, la felicidad no se encuentra, ¡se crea! Cualesquiera que sean tus circunstancias, tienes en ti mismo el poder y la capacidad de crear tu propia felicidad.
– ¿Cómo es posible crear felicidad? – preguntó el joven.
– El universo está gobernado por ciertas leyes. Leyes exactas y precisas que controlan el orden natural de las cosas. Desde el movimiento de las mareas hasta la salida y la puesta del sol o las estaciones del año. Todo en la Naturaleza está gobernado por leyes. Los científicos han descubierto muchas de esas leyes, como la ley de la gravedad, la ley del movimiento o la ley del magnetismo. Pero hay otras que no son tan conocidas, y entre ellas están las leyes de la felicidad.
– ¿Las leyes de la felicidad? – preguntó perplejo el joven –,¿qué leyes son esas?
– Son 10 principios que han operado desde siempre y cualquiera que los siga no puede dejar de crear felicidad.
Algunas civilizaciones pasadas, en su búsqueda de la felicidad comenzaron a desechar estas leyes y con el tiempo llegaron a olvidarse totalmente, aunque siempre ha habido un grupo que ha permanecido fiel a ellas. Así es como se convirtieron en
“secretos.”
– ¿Dónde puedo hallar más información sobre esas leyes? –preguntó el joven.
– Un momento... esto ya casi está. ¡Listo! ¡Como nuevo! –dijo el anciano mientras se limpiaba las manos en un trapo. Muy pronto sabrás sobre ellas, toma esto – y le dio un trozo de papel.
El joven miró el papel. No contenía secreto alguno, ni leyes, ni aforismos. Simplemente era una lista de diez nombres y diez números de teléfono. Le dio la vuelta esperando hallar algo más, pero el otro lado estaba totalmente en blanco.
– ¿Qué es esto? ¿Dónde están los secretos?
Cuando levantó la vista del papel el anciano ya no estaba allí.
El joven lo llamó a gritos mientras caminaba alrededor del coche. ¿Dónde se ha metido? ¡Esto es sólo una lista de nombres! Miró a un lado y a otro de la carretera, pero el chino había desaparecido.
En aquel momento vio que una camioneta le hacía señales con las luces, viniendo seguidamente a estacionarse detrás de su coche. El joven fue corriendo hacia la puerta del conductor.
– ¿Cómo ha hecho usted para...?, – antes de terminar la frase se detuvo, viendo que el conductor del vehículo no era el anciano.
– ¿Cuál es el problema? – preguntó el mecánico mientras bajaba.
– ¡Espere un momento! ¿Dónde está el anciano?
– ¿Qué anciano? ¿De qué está usted hablando? ¿No ha llamado usted pidiendo un mecánico?
– ¡Sí, pero el anciano chino ya me arregló la avería!
– ¿Qué anciano chino? Espere, déjeme llamar a la central para ver qué ha pasado. No sería la primera vez que dan el mismo aviso a dos mecánicos distintos.
El hombre volvió a su coche y habló por radio con las oficinas de la autopista. Volvió a los pocos minutos.
– No. Según consta en el ordenador sólo me han dado este aviso de avería a mí. Al parecer soy el único mecánico que hoy está de servicio en esta zona. De todas formas, ya que estoy aquí, voy a revisar el coche. Gire la llave de contacto, por favor.
El motor arrancó inmediatamente y su sonido era suave y uniforme. El mecánico, tras observarlo un momento, le hizo una señal con la mano para que lo desconectara.
– Parece que todo está bien. Yo no veo ningún problema.
Diez minutos más tarde el mecánico se había marchado pero el joven permanecía sentado en su coche, haciéndose todo tipo de preguntas sobre el anciano chino. ¿Quién era?,,Cómo había llegado hasta allí? ¿Cómo se fue? ¿Cuales eran los diez
secretos de la felicidad de los que le había hablado con tanta vehemencia?
Un rato después puso de nuevo el coche en marcha y continuó hacia su casa. Sus preguntas quedaron todas sin respuesta. Todo lo que tenía era un trozo de papel con diez nombres y diez números de teléfono.

9 comentarios:

  1. Moraleja: la felicidad no te la proporciona nadie, ni nada (al igual que el sufrimiento); sólo tú puedes crear tu propia felicidad y tu propio sufrimiento.
    Así que empieza a dejar de perseguir espejismos y tirar piedras fuera de casa.

    Interesante.

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  2. Marié, totalmente de acuerdo en lo primero, pero, en cuanto al koan, tengo todavía mucho que meditar, jajaja.

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  3. Ya estoy en ello, como no podía ser de otra forma. ¡Qué regalo de día hemos tenido hoy!

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  4. Pues yo he pensado siempre que la felicidad y el sufrimiento lo tenemos cada uno dentro de nosotros, y tenemos que saber encontrar la felicidad e intentar echar fuera el sufrimiento, pero hay muchas veces que el sufrimiento te lo brindan desde fuera y se deja escapar no ya la felicidad, sino hasta la tranquilidad, hay que estar haciendo un esfuerzo constante para no dejarte arrastrar por tantas cosas negativas como tenemos alrededor, es una lucha constante.

    Sigo atentamente tu relato.

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  5. Es una cuestión de tomar la decisión de ser feliz a diario, lo que ocurre es que cuando las condiciones externas no son favorables, tendemos a flaquear en la voluntad y nos dejamos ir en la pena. Yo soy de las que pienso que, de vez en cuando, sin hacerlo un hábito, no está del todo mal buscar un hombro para llorar y desahogar. Lo malo es cuando esa gusto por llorar se enquista.

    En todo caso, es una cuestión de entrenamiento y empecinamiento.

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  6. Claro, Emi, tú sabes mucho de esto -de decidir ser feliz, de entrenar.
    Y creo que Uma también.

    Yo creo que se necesita mucha energía para vivir.
    Para vivir una vida vegetal ya se necesita energía. Para vivir una vida intensa y con sentido, bastante más.
    La buena noticia es que la sensación de significado es una potente central solar en sí misma. Genera enorme cantidad de energía de calidad. Y con energía somos más fuertes y todo duele menos y se afronta mejor.

    Y no creo que sea incompatible con llorar.
    A veces, llorar puede ser una poderosa manifestación de amor, catártica.
    Con hombro o sin hombro.

    Pero si le das la oportunidad a alguien para ayudarte y le eliges para escucharte, además, es un gran regalo -también para la otra persona.

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  7. Ay! que sabias sois las dos. Realmente complementarias. Gracias

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Gracias por darme tu punto de vista. Seguro que me enriquecerá.